También los países y sus democracias tienen juventud y madurez, también las naciones aprenden a ser tales, y tras eventuales traspiés, se levantan, se sacuden (miran a todos lados constatando que todo el mundo se dio cuenta) y, vista al frente, re-emprenden la tarea de descubrir quiénes son, qué quieren hacer, cómo quieren vivir.
No me parece que la transición de Chile a la democracia haya sido especialmente larga, toda vez que su tiempo es histórico, y no está en la escala de una generación. Aunque vaya si lo quisiéramos. Y cuando terminó de cumplir sus 15 años, se acabó. Con Lagos terminó la transición. Pinochet no fue a la cárcel, pero fue procesado y todos los políticos se alejaron poco a poco de su figura. Un valiente comandante en jefe del ejército se atreve a decir, o lo intenta, todas las mínimas palabras que siempre hubo que decir y que otros no supieron cómo. Los crímenes son perseguidos, se recoge el testimonio de los torturados, se revindican lugares históricos, se erigen estatuas que ponen en su sitio a los héroes.
Pero con la presidenta Bachelet es otro el tiempo que comienza. De seguro menos glorioso y emancipador, porque se trata de renovar el pacto social y de responder qué haremos con esta democracia y esta libertad que ya nos conquistamos y estabilizamos. Y no creo que eso sea malo, todo lo contrario, es el paso siguiente que hay que dar necesariamente. Por eso encuentro raro y me da como vergüenza el tono de las críticas que se han hecho sobre ella, porque parece olvidar cuál es la propuesta que su gobierno hace a la nación chilena: un gobierno ciudadano. Propuesta con la que uno pudo discrepar y votar por otro candidato, o adherir y votar por ella, tal y como funciona en general la democracia.
En este tiempo y con esta promesa no se entendería un liderazgo como el de Lagos, un discurso centrado en que la-señora-Juanita-puede-estar-tranquila. Lo que uno espera es que se le diga a la sra. Juana (que no entiendo por qué habría que llamar Juanita) "esto es lo que está bien en el gobierno y esto otro es un asco, y vamos a hacer esto para arreglarlo", porque ¿cómo va a sentir la señora que el gobierno es suyo, si todo es secreto? Ahora, obviamente eso trasmite muchísima menos seguridad que el tono monárquico de otros gobiernos, pero a mí por lo menos, el tono de autoridad del Presidente de la República me importa un rábano, siempre y cuando pueda ver que se avanza institucionalmente en la dirección que yo-elector decidí al votar.
Todo esto para decir por qué sospecho de la idea del “desalojo” de Allamand y sus colegas. A la base de su libro y de su consigna está la tesis en que la Concertación lleva 17 años gobernando y el país no ha avanzado como debiese, que las ideas en la Concertación se agotaron y que el mejor modo de acabar con la corrupción y con el estancamiento es que se vayan para su casa y la Alianza gobierne. Todo esto, pese a que a) el desprestigio de los políticos es generalizado y no podría decirse que estar en el poder haya socavado especialmente a la Concertación, sino que ambas coaliciones han caído juntas, b) nunca jamás la Alianza ha demostrado ni presentado alguna innovación interesante que signifique una diferencia cualitativa con los gobiernos de la Concertación, ninguna diferencia metodológica, ninguna idea al centro de los planes de Chile para los próximos años que se aparte un ápice de las que el gobierno ha manifestado (y entonces, ¿la mejora va a venir de sus superiores cualidades personales?, ¿no será mucha la fe que habría que invertir en ello?, digo, ¿no será mucho pedir?), y c) hasta aquí, más que una alternativa la oposición ha sido una oposición (lo que parece lógico semánticamente, pero es una aberración política), ha pugnado por convertirse en una barrera lo suficientemente grande para bloquear toda iniciativa que pudiere hacer parecer que la Concertación gobierna bien.
No es verdad que el gobierno haya sido eficaz y exitoso, al revés, creo que últimamente ha pisado muchísimas veces el palito. Me preocupa pensar que la presidenta ceda cada vez más a la tentación de lanzar grandes proyectos sin todas las garantias necesarias, que se desordenen las prioridades bajo la sola premisa de ganar en el parlamento, de sacar adelante un proyecto a cualquier precio. Temo que ese tipo de torpezas y desórdenes (como el Transantiago, algunos planes regionales, como el anuncio y estancamiento de la agenda proPYME) terminan por pavimentar el camino a tesis como la del desalojo y nublan la perspectiva general, reventando la capacidad del gobierno de llevar a puerto su propia agenda de desarrollo y protección social. Sin embargo, me parece gravísimo (aún más grave) que esta torpeza sea ayudada por zancadillas de la oposición y aprovechada por libros como el de Allamand para sacar dividendos electorales. Me parece terrible porque penetra en los medios y se instala en la opinión pública una imagen distorsionada y descontextualizada de la realidad política del país que olvida que los pasados 15 años llevamos a cabo un proceso que se cerró con éxito, que estos 2 años han sido el comienzo de algo nuevo y que propone un nuevo modo de hacer política, y lo peor, porque el libro es la expresión de un mostrario cotidiano de política mediocre donde las elecciones no se ganan por mérito, sino mostrando que el otro lo hace mal (aunque uno lo haga pésimo), y el rol de la oposición no es colaborar desde otra perspectiva a la construcción del país que queremos, sino gobernar a cualquier precio.
Alguien ha dicho que el título del libro de Allamand y su foto del frontis de La Moneda es desafortunado porque evoca el golpe. A mí más bien me parece que todas las bases, el desarrollo y los alcances de su idea son una exhibición gore del estado del debate político en Chile, y más bien nos permiten entender fácilmente por qué, pese a los errores y los vicios, la Concertación sigue y seguirá gobernando nuestro país.
No me parece que la transición de Chile a la democracia haya sido especialmente larga, toda vez que su tiempo es histórico, y no está en la escala de una generación. Aunque vaya si lo quisiéramos. Y cuando terminó de cumplir sus 15 años, se acabó. Con Lagos terminó la transición. Pinochet no fue a la cárcel, pero fue procesado y todos los políticos se alejaron poco a poco de su figura. Un valiente comandante en jefe del ejército se atreve a decir, o lo intenta, todas las mínimas palabras que siempre hubo que decir y que otros no supieron cómo. Los crímenes son perseguidos, se recoge el testimonio de los torturados, se revindican lugares históricos, se erigen estatuas que ponen en su sitio a los héroes.
Pero con la presidenta Bachelet es otro el tiempo que comienza. De seguro menos glorioso y emancipador, porque se trata de renovar el pacto social y de responder qué haremos con esta democracia y esta libertad que ya nos conquistamos y estabilizamos. Y no creo que eso sea malo, todo lo contrario, es el paso siguiente que hay que dar necesariamente. Por eso encuentro raro y me da como vergüenza el tono de las críticas que se han hecho sobre ella, porque parece olvidar cuál es la propuesta que su gobierno hace a la nación chilena: un gobierno ciudadano. Propuesta con la que uno pudo discrepar y votar por otro candidato, o adherir y votar por ella, tal y como funciona en general la democracia.
En este tiempo y con esta promesa no se entendería un liderazgo como el de Lagos, un discurso centrado en que la-señora-Juanita-puede-estar-tranquila. Lo que uno espera es que se le diga a la sra. Juana (que no entiendo por qué habría que llamar Juanita) "esto es lo que está bien en el gobierno y esto otro es un asco, y vamos a hacer esto para arreglarlo", porque ¿cómo va a sentir la señora que el gobierno es suyo, si todo es secreto? Ahora, obviamente eso trasmite muchísima menos seguridad que el tono monárquico de otros gobiernos, pero a mí por lo menos, el tono de autoridad del Presidente de la República me importa un rábano, siempre y cuando pueda ver que se avanza institucionalmente en la dirección que yo-elector decidí al votar.
Todo esto para decir por qué sospecho de la idea del “desalojo” de Allamand y sus colegas. A la base de su libro y de su consigna está la tesis en que la Concertación lleva 17 años gobernando y el país no ha avanzado como debiese, que las ideas en la Concertación se agotaron y que el mejor modo de acabar con la corrupción y con el estancamiento es que se vayan para su casa y la Alianza gobierne. Todo esto, pese a que a) el desprestigio de los políticos es generalizado y no podría decirse que estar en el poder haya socavado especialmente a la Concertación, sino que ambas coaliciones han caído juntas, b) nunca jamás la Alianza ha demostrado ni presentado alguna innovación interesante que signifique una diferencia cualitativa con los gobiernos de la Concertación, ninguna diferencia metodológica, ninguna idea al centro de los planes de Chile para los próximos años que se aparte un ápice de las que el gobierno ha manifestado (y entonces, ¿la mejora va a venir de sus superiores cualidades personales?, ¿no será mucha la fe que habría que invertir en ello?, digo, ¿no será mucho pedir?), y c) hasta aquí, más que una alternativa la oposición ha sido una oposición (lo que parece lógico semánticamente, pero es una aberración política), ha pugnado por convertirse en una barrera lo suficientemente grande para bloquear toda iniciativa que pudiere hacer parecer que la Concertación gobierna bien.
No es verdad que el gobierno haya sido eficaz y exitoso, al revés, creo que últimamente ha pisado muchísimas veces el palito. Me preocupa pensar que la presidenta ceda cada vez más a la tentación de lanzar grandes proyectos sin todas las garantias necesarias, que se desordenen las prioridades bajo la sola premisa de ganar en el parlamento, de sacar adelante un proyecto a cualquier precio. Temo que ese tipo de torpezas y desórdenes (como el Transantiago, algunos planes regionales, como el anuncio y estancamiento de la agenda proPYME) terminan por pavimentar el camino a tesis como la del desalojo y nublan la perspectiva general, reventando la capacidad del gobierno de llevar a puerto su propia agenda de desarrollo y protección social. Sin embargo, me parece gravísimo (aún más grave) que esta torpeza sea ayudada por zancadillas de la oposición y aprovechada por libros como el de Allamand para sacar dividendos electorales. Me parece terrible porque penetra en los medios y se instala en la opinión pública una imagen distorsionada y descontextualizada de la realidad política del país que olvida que los pasados 15 años llevamos a cabo un proceso que se cerró con éxito, que estos 2 años han sido el comienzo de algo nuevo y que propone un nuevo modo de hacer política, y lo peor, porque el libro es la expresión de un mostrario cotidiano de política mediocre donde las elecciones no se ganan por mérito, sino mostrando que el otro lo hace mal (aunque uno lo haga pésimo), y el rol de la oposición no es colaborar desde otra perspectiva a la construcción del país que queremos, sino gobernar a cualquier precio.
Alguien ha dicho que el título del libro de Allamand y su foto del frontis de La Moneda es desafortunado porque evoca el golpe. A mí más bien me parece que todas las bases, el desarrollo y los alcances de su idea son una exhibición gore del estado del debate político en Chile, y más bien nos permiten entender fácilmente por qué, pese a los errores y los vicios, la Concertación sigue y seguirá gobernando nuestro país.
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