Igual que el año pasado y el anterior, y quizás cuántos antes de que yo empezara a notarlo sistemáticamente, ayer 11 de septiembre hubo barricadas a una cuadra de mi casa; barricadas de esas con fogata de tres metros y tapando toda la calle.
Crecientemente desprovistas, eso sí, del sentido político y revindicatorio que tenían cuando yo era chico. Ahora focos de descontento y descontrol, alegatos a gritos contra un sistema del que es imposible sacar a alguien, incluso a los mismos manifestantes. Tras las protestas, los barricaderos se irán a su casa, mirarán tele inocuos y babosos, lamentarán al gobierno cuando se le nombre en las noticias, mañana se subirán sin pagar a la micro y en un par de meses se jactarán de no votar en las elecciones. Irán de todos modos al mall y desearán un Nintendo Wii o un laptop, comerán de vez en cuando hamburguesas con papas fritas y comprarán ropa en el Lider con su tarjeta Presto.
Y no es que cuando yo era chico las cosas hayan sido mejor. Quizás la combinación de una emocionalidad más colectiva con un enemigo más claramente definido, quizás la existencia de una izquierda de izquierda y una derecha de derecha; no sé bien dónde está la diferencia profunda que explique la caída violenta y desarraigada de la política en nuestros días. Lo que sé es que, mientras unos hombres escupen con violencia sobre las instituciones, hay otros que buscan y se entregan anónimamente al sueño de un mundo distinto.
Qué huevá más manoseada que el concepto de "un mundo distinto". Yo no me refiero a ese "otro mundo posible" donde hay una justicia total y todos los hombres viven en plenitud, y no por que no lo desee, sino porque sé que el camino es largo y los medios difíciles de poner, porque conozco la debilidad nuestra, el egoismo de clase, lo duro del individualismo. Cuando hablo de los que buscan anónimamente un mundo distinto, me refiero a los que en pequeños gestos diarios de rebeldía radical no se permiten egoismos, ni se guardan para después, ni se hacen propaganda, ni aspiran a que el mundo sea otro, sino que se gastan para que el mundo que ellos muestran sea otro. Es esta la gran Joda al sistema, no la barricada del once, no la molotov a la Moneda, no el jarrazo de agua. La Joda es vivir un mundo de justicia e igualdad en un sistema que no lo propicia ni lo permite, cuando te cagan, eres pobre, los políticos se rifan la democracia y juegan al poder; vivir fielmente un mundo alegre y esperanzado, esa es la Gran Joda.
No la barricada. El gran homenaje revolucionario en el once de septiembre no es asaltar un negocio de barrio, ni quemar neumáticos, ni dispararle a los pacos.
Nuestra revolución es persistir en la esperanza.
Crecientemente desprovistas, eso sí, del sentido político y revindicatorio que tenían cuando yo era chico. Ahora focos de descontento y descontrol, alegatos a gritos contra un sistema del que es imposible sacar a alguien, incluso a los mismos manifestantes. Tras las protestas, los barricaderos se irán a su casa, mirarán tele inocuos y babosos, lamentarán al gobierno cuando se le nombre en las noticias, mañana se subirán sin pagar a la micro y en un par de meses se jactarán de no votar en las elecciones. Irán de todos modos al mall y desearán un Nintendo Wii o un laptop, comerán de vez en cuando hamburguesas con papas fritas y comprarán ropa en el Lider con su tarjeta Presto.
Y no es que cuando yo era chico las cosas hayan sido mejor. Quizás la combinación de una emocionalidad más colectiva con un enemigo más claramente definido, quizás la existencia de una izquierda de izquierda y una derecha de derecha; no sé bien dónde está la diferencia profunda que explique la caída violenta y desarraigada de la política en nuestros días. Lo que sé es que, mientras unos hombres escupen con violencia sobre las instituciones, hay otros que buscan y se entregan anónimamente al sueño de un mundo distinto.
Qué huevá más manoseada que el concepto de "un mundo distinto". Yo no me refiero a ese "otro mundo posible" donde hay una justicia total y todos los hombres viven en plenitud, y no por que no lo desee, sino porque sé que el camino es largo y los medios difíciles de poner, porque conozco la debilidad nuestra, el egoismo de clase, lo duro del individualismo. Cuando hablo de los que buscan anónimamente un mundo distinto, me refiero a los que en pequeños gestos diarios de rebeldía radical no se permiten egoismos, ni se guardan para después, ni se hacen propaganda, ni aspiran a que el mundo sea otro, sino que se gastan para que el mundo que ellos muestran sea otro. Es esta la gran Joda al sistema, no la barricada del once, no la molotov a la Moneda, no el jarrazo de agua. La Joda es vivir un mundo de justicia e igualdad en un sistema que no lo propicia ni lo permite, cuando te cagan, eres pobre, los políticos se rifan la democracia y juegan al poder; vivir fielmente un mundo alegre y esperanzado, esa es la Gran Joda.
No la barricada. El gran homenaje revolucionario en el once de septiembre no es asaltar un negocio de barrio, ni quemar neumáticos, ni dispararle a los pacos.
Nuestra revolución es persistir en la esperanza.