martes, febrero 20, 2007

en el cubo, la novela

(reporte desde el sur)


Escribo y escribo, como tratando de que no se me escape lo que se me -inevitablemente- escapa. Escribo tratando de asirme a través de la novela al universo material, o por último de asirme a mí mismo a través de la novela, y es atroz saber absolutamente todo el rato que se-me-arranca-el-yo-mismo, que me-me-arranco. Sombras de gente que conozco y que desconozco aparecen en el relato como fantasmas, como resacas de realidad: gente de otras novelas y gente de la novela esta, en la que estamos descritos escribiendo. Es una cosa bien rara todo eso de estar descritos escribiendo, que es como que se concilien los conjuntos con sus respectivos subconjuntos, que volviendo al origen se vuelvan a conciliar. Que se reconcilien. Un pedazo de novela:


Sonó el timbre y la cara de Antonia apareció un poco ovalada cuando Julio la vio por el ojo de la puerta. Él abrió y Antonia apareció sentada en el sillón blanco, preguntando entre otras cosas qué tal, cómo va la vida, cuéntame algo, qué hiciste hoy. La verdad es que no mucho, fui a ver a Valdivieso por un dolor de guata, me puse a llorar como un idiota en el hall del hospital y no me acuerdo de mucho más, creo que después de unas horas se aburrieron de mí y al final me trajo la Magaly en auto hace un rato. ¿Quién es la Magaly? -los ojos de Antonia se clavaban en los de Julio y él estaba paralizado-. Mi secretaria –dijo, soplándole la chasquilla-, no seas celosa (ahora mismo estaba pensando en que se parece bastante a ti). La verdad es que no había en ello ninguna novedad, de hecho podría decirse que todas las mujeres que había amado, y en general todas las mujeres que siquiera habían captado la atención de Julio podían resumirse en Antonia y su chasquilla, su manera de dejarlo plantado cuando él se había deshecho de todos los compromisos formales para verla y, por supuesto, también la manera como lo miraba a veces con una profundidad que a Julio le parecía pura poesía y que a veces venía a dar a la boca de Antonia que le encajaba alguna de esas palabras sencillas e infantiles, dejándolo con la costilla izquierda herida mortalmente. Antonia nunca escribió más de una que otra carta (no le gustaban los correos electrónicos, y siempre le ponía muchísimas estampillas a los sobres), lo suyo eran más bien las artes visuales, pero cada uno de esos objetos anacrónicos y pesados por la cantidad absurda de estampillas estaba lleno de una poesía aguda y sencillísima, dispuestas las palabras en los renglones de una manera que sugería un ritmo propio y con una letra pequeña y asombrosamente parecida a la suya, como siempre.

jueves, febrero 15, 2007

cielo


Llegar y saber que todo el mes ha hecho un sol espléndido y calor tremendo, que no pinta llover, y comentar que uno viene al sur para eso, para que llueva. Lo mismo con haber estado intentando escribir otra vez, tratando de abrir la llave de la escritura para que algo moje mis pies. Ahora estoy escribiendo y lo hago porque no se puede no escribir cuando efectivamente afuera llueve, cuando se abrieron las llaves y llueve agua y letras encima de mis pies, y de mis hombros y de mi cabeza, y del Calafquén entero que se recoge en torno a cada una de las gotas que caen sobre él y hacen figuras en el agua en forma de letras, una en forma de A y otra en forma de C; más allá, lago adentro una con forma de P y una R se entrelazan en un sonido delicioso. No se puede no escribir. Se abrieron las llaves y para eso fue necesario que el cielo se cerrara en una muralla impenetrable, se apretara y empezaran a escurrir como de sus entrañas las gotas que había estado esperando beber todo el año. Uno mira y me acuerdo de una canción horrible de Badi-Ríchar, de la que me sé solamente una palabra, e imitando la voz de Guaripolo respiro la lluvia, el frío, las palabras y canturreo: Cielo.